¿500 años de resistencia indígena?


Uno de los grande mitos disfuncionales del Estado mexicano lo es sin duda el falso indigenismo que vende que somos aztecas y que dicha etnia es la única esencia representativa de la mexicanidad, mandando al diablo a todas las demás tribus y naciones distintas y enemigas de estos; desde los mayas, toltecas y mixtecas hasta los rarámuris, seris, guachichiles, chichimecas y apaches.

Esta impostura opera de dos formas: incitando al odio y desconocimiento del elemento español como integral y civilizador, presente en todos nosotros; y lavándose las manos ante el abandono y desprecio que bajo este gobierno se ha acentuado en contra de los indígenas vivos, para olvidarse de ellos evocando solo a los muertos.

Si algo hay que subrayar es la tragedia humana que fue la tiranía mexica para nuestros pueblos autóctonos: con decenas de ejecutados todos los días para satisfacer sus deseos de sangre y consolidar su poder a través del terror sobre otras etnias sometidas.

Y es que los mexicas eran una tribu, no un imperio; eran una ciudad-estado, no fundaban urbes ni diseminaban civilización como Roma o Mesopotamia; no sabían de metalurgia, vivían en la edad de piedra, carecían de escritura fonética y de una filosofía al nivel de Grecia, no tenían estado de derecho, no disponían de cortes ni ley escrita, desconocían el uso de la rueda, su religión era tan primitiva que no tenía sustento epistemológico, carecían de retórica o dialéctica y solo la fuerza bruta imperaba en sus dominios; de modo que ya estaban condenados a desaparecer ante cualquier civilización emergente, independiente de su origen.

La verdadera resistencia indígena fue la de los pueblos oprimidos por los mexicas: tlaxcaltecas, xochimilcas, tlatelocas, otomíes, acolhuas, purépechas, chalqueños, cholultecas, totonacas; quienes se aliaron con un puñado de españoles y lograron su liberación.

No obstante, si algo empaña hoy la auténtica resistencia contra el centralismo y la opresión de los tenochcas es la enorme e inútil maqueta del Templo Mayor—el sitio donde se ultrajaba, sacrificaba y comía a cerca de 30 mil víctimas al año entre niños, mujeres, jóvenes y ancianos—para que la No primera dama, alimentando el odio y la mentira histórica, cumpliera su capricho de lucirse leyendo un cuento infantil con tercera ola de pandemia a la alza, más de 600 mil muertos y con otro sacrificio: la amenaza del regreso a clases sin condiciones mínimas de salud garantizadas.

Twitter: @sada_enrique

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