Adiós a David Brading

Conocí a David Brading en otoño del 2008. Nunca esperé hacerlo más allá del papel y la tinta ese año.

Me tocaba tomar vuelo para presentar una novela histórica, El Brigadier, de Jorge Zarzosa Garza (Que en paz descanse) en Reino Unido y más formalmente en la Embajada de México en España.

Aunque el primer destino era Madrid, había que hacer escala en Londres por British Airways. Rumbo a la sala de abordaje, platicaba con un amigo sobre el valor de la obra de Brading en el marco del Bicentenario “oficial” de la Independencia—en realidad, de la primer insurrección fallida de la que derivaron otras—y el primer Centenario de la “Revolución mexicana”, según la retórica gobiernista. De pronto, girando hacia un puesto de libros se encontraba Brading en compañía de su esposa, Celia Wu.

Ante el asombro, me acerqué para saludarlo y presentarme. Para mi mayor asombro, fue doña Celia quien me reconoció por el nombre; esto es, por haber publicado en la Revista 20/10: Memoria de las revoluciones en México en el mismo Volumen que su esposo.

Autor de clásicos como Orbe indiano, Mito y profecía en la Historia de México, Iglesia y Estado en México Borbónico, o su inigualable Mineros y comerciantes en el México borbónico (1763-1810) que me acompañó durante el Posdoctorado en Historia, se abrió paso haciendo algo que muchos investigadores en nuestro país temen hacer: Historia académica sin miramientos y zambullirse en archivos virreinales.

Contraviniendo los discursos de bronce del sistema político mexicano—y el de otros países—afirmaba como la grandeza del Virreinato terminó decayendo por el despotismo borbónico, a partir del mitificado Carlos III; como la Independencia no fue un mal sino una necesidad para los novohispanos por sobrevivir aquella decadencia; como Agustín de Iturbide era el verdadero Padre de la Patria y el Libertador de México, y como a lo largo del siglo XIX en México e Hispanoamérica sobrevivió un sentimiento fidelista a España hasta la década de 1870.

Planeamos entrevistarlo hace dos años el Dr. Carlos Silva Cázares y yo, pero el grave deterioro en su salud no permitió este proyecto.
En un país como el nuestro donde la Historia sigue siendo manipulada para legitimar regímenes y personajes criminales, Brading se sostiene como gran ejemplo a seguir para la mayoría de los historiadores mexicanos a la hora de abordar los hechos sin bandererías políticas ni intereses mezquinos, y sobre todo: sin la cobardía de no poder decir o publicar que el pasto es verde, como diría Chesterton.

Descanse en paz.

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