Zambrano. Una gran novela histórica

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En la historia de la novela mexicana como tal, pocas son las veces en que se puede encontrar el lector ante una obra que permita no solo brindar un solaz de descanso o recreación, por la variedad de elementos que desde el fondo de cada página el autor puede evocar a partir de una serie de acontecimientos que, de manera fortuita y aleatoria, suelen ser usados con precisión y para gusto de quien tuviere la fortuna o el buen  tino de elegir la lectura de una obra de entre aquellos centenares que conforman una especie de laberinto o  selva, como solía decir Gabriel Zaíd en Los demasiados libros.

En el presente caso, Zambrano como novela histórica viene a colocarse como una de las pocas de este género en particular de tan difícil realización en las que el autor sobrepasa el objetivo primordial que no sería otro más que entretener: captura la imaginación desde sus primeras páginas con una serie de datos y detalles puntillosos que suelen evocar en el lector el espíritu de aventura; esto es,  la inquietud natural de probar ciertos bocados, de deleitarse entre olores y esencias difícilmente recreables, de divisar cierto tipo de fauna y flora exótica de la que solo unos cuantos conocen, de atravesar por montes y cañadas, cabalgando desde lo más refinado de la civilización hasta las entrañas mismas de los más antiguos fundos mineros o sierras llenas de peligros naturales y humanos, cuyas amenazas de algún modo u otro terminarán por palidecer en comparación con las que se le deparan a los personajes principales—empezando por el protagonista—tanto en los callejones de un Durango virreinal e idealizado así como en los mismos patios y aposentos de sus propias fincas de descanso, sin dejar de lado en la memoria su legendaria residencia que es por todos reconocida gracias a la enorme extensión de su belleza arquitectónica, a más de doscientos años que  la Provincia de la Nueva Vizcaya se convirtiera en el Durango que todos conocemos y amamos recorrer desde la etapa del México Independiente.

Con esta opera prima como novela histórica—siendo la segunda novela del autor—aún y cuando ya son decenas de libros de investigación académica tanto como de divulgación por los que reconocemos con toda la amplitud de sus alcances a nuestro afamado Cronista e Historiador, Javier Guerrero Romero logra a lo largo de su obra no solo atrapar al lector desde el despliegue de su imaginación;  también lo logra a través de la erudición en cuanto a acontecimientos, usos y costumbres exclusivos de aquella época turbulenta en la que ya se avizoraba el fin del Virreinato de la Nueva España tras la debacle del Imperio Español.

Sobra decir que también logra cautivarnos por su despliegue de documentos históricos inéditos que son los que en algún momento vienen a dar vida tanto como a consolidar el corpus de esta obra—entre cartas, querellas públicas, correspondencia perdida,  documentos oficiales y hasta religiosos—a partir de los que logra no solo adentrarnos en los vaivenes de una época puesto que también depara al lector, para mayor sorpresa, desde el planteamiento de un muy posible crimen histórico con todo el misterio que puede envolver dicho acontecimiento—pasado de largo por la mayoría de los historiadores y cronistas que le antecedieron en el estudio de la vida de su personaje—y también, de manera detectivesca, sobre los indicios ampliamente fundamentados sobre quien o quienes fueron sus autores intelectuales tanto como el ejecutor del mismo de manera más que directa.

Siguiendo pues la tradición nada fácil y hasta la misma senda que otro historiador de cepa como José Fuentes Mares—tras la publicación de sus célebres novelas históricas como Memorias de Blas Pavón—o la imaginación fecunda y deleitable, aunque sin erudición, como la de Enrique Serna con El Seductor de la Patria, Javier Guerrero nos obsequia nuevamente no solo con el fruto arduo de tantos años de investigación documental y de campo—entre archivos, sierras, y cañadas—con las que nos remonta a la emoción y la intriga en tiempo pasado. También nos recuerda como es que se debe escribir la mejor de las novelas, en su propio género, y sin dejar de amar la Historia como ciencia, a su vez.

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