El nuevo militarismo en México

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Mientras los ciudadanos dormíamos, igual que obran los ladrones, los diputados de MORENA aprobaron que la Guardia Nacional pase al mando de la SEDENA, en vez de permanecer constitucionalmente como institución dirigida por un mando civil.

Con lo anterior, quienes fungen como lacayos del régimen en vez de como representantes del pueblo mexicano se apresuraron en cumplir el último capricho de López de tener—como es propio de toda dictadura socialista y bananera—un gobierno militarizado, resultando con esto más Calderón que el mismo Calderón a quien tanto criticaban cuando no estaban en el poder.

Por fortuna, siempre hay un tuit de los que lloriqueaban con lágrimas de cocodrilo en el sexenio anterior lo que ahora celebran con aplausos: desde impresentables como Manuel Bartlett, Citlali Hernández, Layda Sansores, Mario Delgado y Fernández Noroña hasta los anodinos mercenarios extranjeros que hoy cobran y viven del Gobierno como Epigmenio Ibarra, Abraham Mendieta y el terrorista Katu Arkonada.

Lejos de lo que presume el Ejecutivo federal, la Guardia Nacional no funciona: menos del 30% de sus integrantes se han certificado, carece de mecanismos de fiscalización y acumula quejas, según denuncian las ONG’s. Y si en algo han destacado no ha sido por atrapar delincuentes, ni por incautar droga a algún cártel ni mucho menos por preservar la seguridad de nuestros ciudadanos—con más muertos este sexenio que en los de Peña y Calderón juntos—sino por los accidentes automovilísticos que han tenido en sus unidades vehiculares en carretera.

Basta consultar los principales diarios y sitios periodísticos en línea para patentar el grado de ineptitud, el alto costo y riesgo que representa el que siniestren sus unidades en carreteras y autopistas a alta velocidad.

En cuanto al Ejército Mexicano como pieza usada en este juego sucio, basta recordar que si acaso está manchado por el crimen y la ineptitud—salvo por Crescencio Sandoval que tiene bastante historia negra por su parte—sus manchas no son culpa de sus mandos militares sino de los políticos y gobiernos civiles que lo dirigen e intervienen, y para muestra un ejemplo: el comandante supremo de nuestras Fuerzas Armadas es el Presidente de la República; tan es así que no fue el General Marcelino Barragán quien dio la orden de represión en 1968 sino Luís Echeverría, como Secretario de Gobernación y próximo presidente, bajo cuyas órdenes actuó. 

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