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Como es costumbre el Presidente Boric optó por convertirse en líder de facción en vez de representante de todos los chilenos, traicionando su palabra, encabezando un Festival del 11 de Septiembre donde pagó para traer a la cantante Mon Laferte en lo que convoca a nuevo Referéndum para Constitución, luego del repudio que recibió su anterior intento.
Este tipo de actos populistas—en los que se permitió la profanación de la tumba del Senador antiterrorista Jaime Guzmán—nada abonan a la Memoria histórica ni a la reconciliación.
Y es que nadie, ni siquiera Pinochet, deseaban dar el Golpe contra Allende. Sin embargo, el Congreso, la Contraloría de la República y el Poder Judicial pidieron su renuncia y la intervención de las Fuerzas Armadas luego de tres años de violación a la Constitución por parte de un Presidente que, traicionando su palabra para poder ascender al cargo con tan pocos votos, prefirió ignorar al pueblo y recibir órdenes directas de Fidel Castro.
La situación empeoró cuando pasando encima de las instituciones optó por usar al GAP y al MIR—células terroristas de cubanos y bolivianos—para que a punta de metralla amenazaran a congresistas y ciudadanos.
El descontento no se hizo esperar: el hambre, la escasez, la violencia y el robo de casas por el MIR fue la gota que derramó el vaso. Pese haber militarizado su Gobierno con corruptos como el General Carlos Prats (Ministro del Interior y Ministro de Defensa) y el Almirante Raúl Montero (de Jefe de la Armada a Ministro de Hacienda) entre otros, el Régimen continuó hundiéndose entre 1971 y 1972.
En este contexto Prats viaja en 1973 a la URSS para pedir 100 millones de dólares de armamento para continuar la represión. Pero la muerte del Comandante Araya, Edecán de Allende, retrasó la entrega por miedo a que cayera entre militares desafectos.
El Golpe era inevitable. Prats estimaba el triunfo con 500 mil a 1 millón de muertos—pese a la presencia de Manuel Piñeiro Losada “Barbarroja”, Jefe Máximo de Inteligencia Cubana—en lo que Pinochet ordenó el ataque directo a La Moneda para reducir al mínimo el número de víctimas.
Nadie ganaría nada personalmente al final del día. Solo tras el suicidio de Allende se descubrió que una de sus amantes que era su secretaria y testaferro, Miria Contreras “La Payita”, tenía una cuenta con 6 millones de dólares; “Nada mal como ahorro para una secretaria” ironizaba en Ottawa el Sunday Express.