El presidente acelerado

La obsesión por querer controlar la narrativa de la agenda pública ha llevado al presidente Andrés Manuel López Obrador a cometer errores. El más reciente se dio la semana pasada cuando adelantó en su mañanera, que la Junta de Gobierno del Banco de México había decidido aumentar su tasa de interés de 6 a 6.5 por ciento. Ese anuncio le correspondía única y exclusivamente a Banxico, pero su necesidad de dar buenas noticias para así mantener o recuperar su popularidad, lo hace a tener incontinencia verbal.

Fue de tal magnitud su error que tuvo que pedir al día siguiente una disculpa, comprometiéndose a respetar la autonomía de Banxico.

El problema no solo es que busca el protagonismo a toda costa, sino también, que permanentemente está mal informado y solo lee o escucha lo que quiere. Estas circunstancias no pueden llevar a nada bueno, porque significa que toma decisiones a la ligera, sin la profundidad de un estadista o por lo menos de un presidente que debe gobernar con la cabeza y no con el hígado.  No mide las consecuencias de sus palabras y sus actos.

Así fue como decidió cancelar 109 Fideicomisos, retirar las escuelas de tiempo completo o las guarderías, con información a medias y sesgada y cuando alguien pide el análisis que llevó a su gobierno a cancelar los programas, en lugar de responder con evidencia técnica se les echa encima argumentando que son neoliberales, conservadores y están en contra de la transformación que encabeza.

Con ese mismo desparpajo ha dicho que en el país ya no hay masacres cuando basta abrir un periódico para darse cuenta de los horrores que se viven en el país; miente cuando le echa la culpa al INE de no permitir la difusión de servidores públicos ¡cuándo estaba en la ley que su partido aprobó! Y así es justo lo que está pasando con el Tren Maya. Quiere hacerle creer a la gente que esa obra no ha afectado ni con el pétalo de una rosa el medio ambiente, cuando ha estado destruyendo ecosistemas y la selva de la región.

Pero ese es el mandatario mexicano, cada vez más acelerado y necesitado de recuperar el control de una narrativa que cada vez pierde más, porque la realidad lo alcanza todo el tiempo.

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